AVISO: Hoy pongo un relato antiguo, tiene casi año y medio pero es uno de los más leídos del Blog. Apenas lo he modificado y es una crítica a la hipocresía de cierta parte (casi toda, mejor dicho…) de la Iglesia
Andaba por el centro de Sevilla. Había tomado cuatro o cinco copas. Tanto gin tonic a las cinco de la tarde no es recomendable, y lo peor es que no tenía nada que hacer lo que quedaba de tarde. No quería aburrirme. Entonces vi una iglesia, estaba abierta. Entré.
Me dispuse a cachondearme de los curas, por su homofobia e hipocresía. Busqué el confesionario. Me puse de rodillas, postura que me encanta, que todo hay que decirlo.
-Padre…-Llamé al cura en voz baja.
-¿Si?
-He pecado…-Tenía la intención de infartar al cura contándole mis prácticas, enfurecerlo por mi pérdida de aceite, recochinearme de él. Una estupenda forma de pasar el rato.
-Cuéntame, hijo… -El cura abrió la celosía un poco. Pude ver su rostro. ¡Era guapísimo!. Un desperdicio de hombre. Tenía barba de tres días. Tendría veinticinco o treinta años, algo más que yo.
-Verá, padre, es la primera vez que confieso. Soy un vicioso. Soy alcohólico…
-Lo he notado por tu aliento, hijo…
-Fumo como un carretero…
-Lo huelo, apestas a tabaco…
-Soy adicto al sexo.
-¿Cuánto de adicto?
-Peco contra natura. Me pierde la sodomía. Soy maricón, padre, aunque también me pierden los coños. La lujuria en mí es tremenda. Mi hambre de sexo es insaciable. Es más, tengo un dicho: “Donde hay pelito, no hay delito´´.
-¿Y si no tiene pelo?- Me había tocado un cura cachondo, no parecía molestarse. La broma me salió rana.
-Padre, si no tiene pelo también me lo follo…
-En las escrituras se dice que tenemos que amarnos unos a los otros, hijo. No es tan malo lo que cuentas…
-“Joder con el cura´´- Pensé. Liberal, progre, y sobre todo guapísimo. Tenía un polvo. ¡Qué digo uno, tenía miles, millones de polvos!. Una pena que se consagrara al clero. Los curas tenían que ponerse las botas a su costa, los cabrones.
-Hijo, debes redimirte por ello. Si consuelas a este pobre cura, Dios te perdonará…
-¿Perdón?- No me creía lo que estaba escuchando. El cura me estaba haciendo una proposición indecente en toda regla.
-Digo que para obtener el perdón de nuestro Señor harías muy bien consolando a este humilde ministro de la Iglesia…
No contesté. Me levanté. Me dirigí al otro lado del confesionario, a su habitáculo, era diminuto. Cuando entré el cura ya tenía el pantalón bajado hasta los tobillos y la sotana remangada. Yo me bajé también los pantalones.
-Padre, tiene usted una polla muy bonita…
-Eso dicen, hijo mío.
Me predispuse a comer esa linda polla. Pero el cura me detuvo.
-Hijo, así no.
Me hizo sentarme en el banquito que había. La escena era morbosa. Yo sentado en el banco y el cura sobre mi polla. El confesionario rechinaba con los envites. Yo acompañaba sus subidas y bajadas con mis manos, agarrando sus nalgas. El cabrón follaba divinamente. De repente, se escuchó un ruido, alguien llamaba por la celosía. Una vieja se había reclinado para confesarse.
-¡Me cago en Dios!-No pude evitar exclamar.
-¿Qué ha dicho de Dios, padre?-Preguntó la señora. El cura se llevó un dedo a la nariz, ordenándome silencio.
-¿Qué ocurre, doña Ramiiiiira?- El cura seguía empalándose en mi polla, no podía evitar gemir.
-¿Se encuentra bien, padre?
-Es que me duelen las almorranas…
-¿Por eso se mueve tanto?
-Ramira, centreseeeee- La situación me puso a mil. El cura comenzó a pajearse.
-Padre, he pecado…
-¿Qué haaaaaaaaaaaa hecho?
-Anoche me masturbé, me hice un dedo, pero sólo un poquito…
-¡Por Diooooooooos! Ramira, que usted tiene ochenta años…
-Pero aparento setenta…Además, mi vecino es tan guapo…
-La entieeeeeendo- El cura me agarró una mano y la llevó hasta la cabeza de su polla. Se corrió sobre la palma de mi mano. Con la lefa en mi palma no se me ocurrió otra cosa que llevármela a la boca. La degusté y tragué- Bueno, bueno, Ramiiiiiira, rece usted ciento cincuenta padrenuestros y doscientos avemarías, y váyase yaaaaaaaaaaaaa.
-¿Mejor trescientos de cada, no le parece?
-Como usted prefiiiiiiiiiiiiera…
La vieja se fue, pero yo también me fui. Disparé mi esencia en su interior. Impregné de semen su recto. Nos sentamos, descansamos. Me recompuse. Me incorporé para marcharme.
-Hijo, deberías darme algún donativo…
Le di un euro. Soy tacaño.
-Hijo, hay unas goteras que tapar…
Le di un billete de cinco.
-Y también hay que pintar…
Le di un billete de veinte.
-¿No tienes algo más?
-¿Padre, usted qué es, cura o puta?
Me fui sin esperar la respuesta.
Gléz-Serna
Palabras Retorcidas